"Llega a España la píldora contra la eyaculación precoz". En Europa la llaman la pastilla de los cuatro minutos, porque multiplica por cuatro el tiempo que tarda un hombre en eyacular (–tras la penetración–, dice la noticia). Añade además la explicación de la “enfermedad” que se curará con la pastilla: “la eyaculación precoz persistente es una combinación de tres factores: la incapacidad de retrasar la eyaculación en todas o en casi todas las penetraciones vaginales, se produce siempre o casi siempre antes o en el primer minuto de la penetración vaginal, y provoca en el paciente angustia, preocupación, frustración y la evitación de relaciones íntimas”. Explica también que se trata de un problema que padecen el 30% de los varones españoles, así que deberíamos alegrarnos de que al fin exista una solución farmacológica, en este caso un antidepresivo, que “cure” a los hombres de su dolencia.
Lo que pasa es que no nos alegramos. Más bien nos irritamos. Y para dar salida al malestar, en vez de buscar una solución médica (Doctor, ¿no tiene usted remedio para el enfado que nos producen el androcentrismo y el sexismo?), nos ponemos a pensar. Y juntamos nuestros pensamientos con los de otras personas que ya lo han hecho antes. Por ejemplo, Beatriz Preciado, en su libro “Testo yonki” nos habla de la historia de la sexualidad (ya lo comenté en otro post) y distingue tres etapas: soberanista, disciplinaria y fármaco-pornográfica.
En la primera, y de la mano de la moral cristiana, nos encontramos con el rechazo del cuerpo como fuente de placer y con la legitimación de la sexualidad sólo para la procreación en el matrimonio. El sexo es pecado, aunque con distinto rasero de medir a hombres y a mujeres. A los varones se les atribuye, por naturaleza, una energía sexual difícil de controlar y por ello se dice que “necesitan” satisfacerse con otras mujeres (que serán las “malas”). En cambio, el ideal para las mujeres es María, madre sin haber pasado por el goce sexual. En la época soberanista, el poder religioso estigmatiza el placer, naturalizándolo como un instinto en los varones, y negándolo en las mujeres. Se trata de un único modelo de sexualidad masculina dónde el hombre es el canon y la mujer un receptáculo reproductivo.
En la etapa disciplinaria, el poder actúa de manera más sutil, escondido tras argumentos científicos. Los pecados son convertidos en enfermedades. La medicina, la pedagogía, la demografía… se alían para controlar la sexualidad de las personas por cuestiones de salud e higiene pública, para regular la población, etc. Si en la anterior etapa a un niño que se masturbaba se le decía que se quemaría en el infierno, ahora se le dice que se quedará ciego, o que no crecerá o que caerá enfermo.
En la etapa fármaco-pornográfica, en la cual nos encontramos ahora, los avances en cirugía estética, los descubrimientos químicos, y el enorme poder de la industria farmacéutica, han convertido la sexualidad en un mercado con un enorme potencial. Las viagras para uso terapéutico o recreativo (después de una noche de fiesta y para no “fallar”), los parches de testosterona (para aumentar la líbido de las mujeres), las clínicas estéticas que fabrican pechos, alargan penes y rejuvenecen vulvas… La salud se mezcla con la estética. Y el distress o malestar que produce la inadecuación a las expectativas o a los patrones considerados normales, justifica que la variedad de cuerpos y de deseos, y los cambios normales en la vivencia de la sexualidad, se conviertan en patologías y en enfermedades curables gracias a los laboratorios farmacéuticos.
¿Os habéis preguntado alguna vez quién y por qué decide qué es una enfermedad? En 1974 la Sociedad Americana de Psiquiatría eliminó la homosexualidad del Manual de trastornos sexuales. ¿Quién y por qué decidió incluir la eyaculación precoz como enfermedad? ¿A quién le conviene que la tercera parte de la población esté enferma? ¡Si tengo problemas sexuales y me dicen que estoy enfermo, entonces no tengo que hacer nada, no soy responsable de mi sexualidad, solamente tengo que tomar una pastilla y arreglado!
(continua amb El cos de les dones és un camp de batalla)
Imatge agafada d'ací
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